Tomorrow


Después de pensarlo, caigo en la cuenta que es difícil saludarte en esta fecha. Y lo es hasta para mí, digo la verdad. Pese a que presumo de tener cierta facilidad con las letras. Sucede que me enfrento con el intento de evitar las frases hechas y los lugares comunes en los que encallan todos cuando, en su intento de expresar cariño, envían sus mejores deseos y el querer—mayor o menor—que les inspiras. Lo que no está mal, ojo. Porque cada quien elige su mejor manera de visibilizar o exteriorizar de alguna manera su afecto.

Lo que sí, es que uno por el solo hecho de cumplir puede seguir ese ritmo y sacarse el tema de encima. Pero no. Entonces, puesto en ese caso, pienso que algo de lo poco que puedo hacer es escribirte algo y con eso esperar que mis letras logren dimensionar la importancia de tu presencia en mi vida y la trascendencia estelar de tu amistad en mis días.

Por eso, o en razón de eso, es que aquí no vas a leer: “Feliz cumpleaños”, “Que hoy Dios te bendiga y cuide“ o el repetido: “Pásalo lindo”. No. Aquí no hay espacio para ello. Para eso hay muchas personas. Yo no. En mi caso, solo puedo decir: Gracias. Muchas gracias por todo. Por los consejos, hasta los muy duros que me das. Por entender que me puedo manejar eficientemente en muchos contextos y en otros no tanto. Por la paciencia, que sé te cuesta tenerla, cuando me explicas algo que supones mi inteligencia debería descifrar sin tu ayuda. Por la confianza depositada en mí cuando tu vida se puso de color gris. Por ese abrazo que me diste mientras me decías que me querías y que era el mejor de tus amigos. Por todas esas noches de alegría con tus ocurrencias en muchos lugares que no conocía y que incorporé luego a mi vida. Por ese mensaje donde me deseaste “Feliz Navidad”, cuando sabemos que tú no celebras esa fecha. Por ser visceralmente sincera en todo lo que me dices. Por defender, muchas veces, el lugar que me diste en el entorno directo de tus afectos. Por tomar un poco de tu tiempo para preocuparte por mis circunstancias. Las que son, a veces, muy cojudas. Lo sé. Por tener en cuenta mis opiniones aun estando en desacuerdo. Por todas las estupideces que compartes conmigo y de las que nos hemos reído a morir. Por hacer, desde tu amistad, un poquito más feliz mi vida. Por escucharme igual aunque por dentro desees enviarme al carajo por lo duras de mis palabras. Por tu invaluable ayuda con mis textos. Por decirme las cosas que nadie se atrevió a revelarme sobre mi actuar o pensar. Por conocerme mucho y acertar tanto en tus impresiones. Por entender que uno da cosas materiales (con fecha caducada) y no gestos como este, que espera sobrevivan al paso del tiempo, por estar cargados de amistad y cariño. Por comprender que, en ocasiones, uno no está donde quisiera, sino donde debe estar. Por esa noche que sonó “Tomorrow” y por la amistad que nació desde ese segundo. Por todos esos brindis repletos de amistad y sinceridad. Por confiar en que todos pueden fallar menos yo. Por desearme la mayor felicidad del mundo y por toda tu buena energía para que las cosas sucedan mejor en mi vida. Por tu sencillez y porque contigo aprendí que lo mejor de las personas no yace en lo que tenga materialmente, sino en lo que te diga su alma. Por haber sabido aquilatar los momentos de quiebre de la amistad y dejar pasar mis desaciertos en ese sentido. Por pasar por alto que soy un  escritor algo melodramático y entender que estas líneas se tiñan un poco de eso.

En suma, gracias por tu sincera amistad y, tal como oportunamente te dije: ya se fueron varios y pocos seguimos por aquí. Porque así la vida dicte que se sigan yendo otros, la luz de mi amistad va a seguir brillando. Hoy y siempre.