Tantas veces yo.


Esto de ser un patán ya me está cansando. Es un duro peso como para llevarlo puesto todos los días. Siento que me quiero tan poco y que lo que hago es apenas el inútil  intento de mitigar mi soledad acompañándola de caricias y besos que casi no siento.    

Engaño y me engaño. Soy una mierda.

Quizás debería decidir no ver a nadie que no me interese y ser menos huevón con las que me encantan. Vamos, de una buena puta vez, decidir algo y mantenerlo sin esfuerzo. Ahora mismo, se me ocurre encerrarme en mi departamento por algunos meses a terminar mi novela. O sea, salir a trabajar, llegar a casa y escribir mientras bebo decenas de chilcanos por horas. Eso me sirvió alguna vez, lo recuerdo bien. Pero eso ya lo voy a planear mejor. Lo que sí, es que no quiero cagar a nadie, ni ver a quienes me cagarían a mí.

Hablo de mujeres, queda claro, ¿no?     

Por lo pronto, es de noche y estoy invitado por un prestigioso escritor a la presentación de un nuevo libro suyo en una librería que no conozco, pero que pinta como muy linda. O, al menos, eso dicen las fotos que estoy viendo en su Facebook.

Llegué.

Ingreso a  la sala de presentaciones y la veo abarrotada de gente. E igual muy rápido uno de los mozos me entrega un chilcano. En este segundo, pienso que tal diligente acto, tal vez, podría responder a que visto y tengo aspecto de escritor o a que parezco el típico borracho afanoso de todas las presentaciones. O a ambas.

Soy borracho y escribo. Primero lo segundo, por favor.

Por el whatsapp, Jimena, sí Jimena, aquella que escribe casi mejor que yo, es guapísima y desistió de seguir viéndome a pesar que tuvimos una primera grandiosa salida, insiste preguntándome si me han invitado y si asistiré. Le digo que ya estoy aquí. Me dice que está a cinco minutos y que le reserve un lugar para sentarse. Pero no hay lugar, todas las sillas están ocupadas.  

Segundo Chilcano.

Me acabo de encontrar con el escritor y nos estamos abrazando efusivamente. Lo envidio un poco, la verdad, y lo hago con la única envidia que existe: la insana. Pienso que mi talento es mayor, pero que sus ganas lo dotan de un aplomo del que creo carecer. Y digo aplomo queriendo decir huevos, creo que se entiende. Me pregunta, en medio de mucha gente, que cuando voy a  publicar y presentar un libro. Dice que ya me toca. En eso, he cerrado los labios, lo observo un segundo y respondo que en un año debe de estar terminada alguna de las tres novelas inconclusas que tengo o que, en su defecto, voy a compilar una decena de mis mejores cuentos y voy a publicar algo para mandar al carajo a todos los que se preguntan cómo se es escritor sin haber publicado nada. 

O para darles en la yema del gusto. 

Pero sigo siendo la más brillante tentativa inacabada de escritor que desconoce el país, terminé diciendo en medio de una creciente risa general.

—Este huevón escribe como nadie—irrumpió Jimena.     
              
Tercer Chilcano.

Hasta esta noche de Jimena, ciertamente, solo tuve noticias por su Facebook. La vi en fotos en Cancún, Las Vegas, Chincha y en muchos otros lugares. Siempre, como era de esperarse, con el idiota de su novio. Bobo al que conoció a la par que a mí, en la misma semana. A él en su trabajo y a mí en un círculo de escritores. La diferencia es que él inmediatamente decidió enamorarla y yo, que llevaba cierta ventaja en el interés de Jimena, suspendí nuestra primera cita media hora antes del encuentro por salir con Mariana, solo porque con ella tenía asegurada una estupenda sesión amatoria.

Odiaba los recorridos largos. Ya no tanto. 

La abrazo a Jimena al tiempo que le digo en voz bajita que está muy rica. No ha llegado sola, vino con Sara a quien me presenta como su mejor amiga. La veo y lejos de impactarme me ha parecido que con su presencia mis casi nulas posibilidades de terminar horizontal con Jimena se han esfumado sin remedio. Igual soy amable y trato de parecer gracioso con los comentarios que hago. El pequeño círculo que formamos los escritores en medio del recinto, y Sara, se están riendo de mis capacidades humorísticas.

Jimena, les comunico, es “ella” desde este punto del relato en adelante. Ella, me mira orgullosa, lo sé. No me lo dice, pero lo leo en el gesto que se dibuja en su rostro. Intuyo que piensa que mi seguridad la hace quedar demasiado bien ante Sara.

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos, se escucha por los parlantes. Es Calamaro. 

Este es el único cojudo que la primera vez que te dice para salir te suspende la cita veinte minutos antes, le dijo eufórica ella a Sara, mientras me miraba con un gesto entre jocoso y malvado.

Terminó todo. Quedamos solo ella, Sara y algunos familiares del escritor. No le he comprado el libro, ya después lo leeré en pdf. Yo solo pago por grandes obras. Ella, competitiva como toda mujer, acaba de comentarle a Sara—a modo de verdad disfrazada de broma—que estoy intentando llamar su atención. Igual el tiro le salió por la culata: la amiga, después de escuchar esto, me ha mirado con mayor interés. 

Estamos parados en la puerta de la librería y acabamos de decidir que iremos por unos cuantos tragos más. Solo unos pocos más, dijo ella. Y como hay restaurantes para toda ocasión, pues también hay bares para distintos propósitos. E inmediatamente supe donde debíamos ir. El lugar elegido, me aseguraba tres puntos fundamentales para esa noche: buenos tragos, deliciosas pequeñas porciones de comida y cercanía a la puerta para poder salir a fumar. 

Cuarto Chilcano.

Hablamos por turnos de nuestras vidas, de la suya en común (llevan de conocerse una docena de años) de lo poco que vivimos ella y yo—o sea, una primera salida suspendida y una primera espléndida salida—y de Literatura. Sara, quien confiesa no ser una lectora compulsiva y mucho menos haber escrito alguna vez, es inteligente y se cuida de no opinar sobre lo que no conoce. Ella, por su parte,  es redundante en aquello de elogiar mi escritura. Yo hago lo mismo. Y soy sincero, jamás le regalo un halago a nadie.  

Casi no reviso mi celular, lo siento como una gruesa falta de respeto. Sara tampoco lo hace y anda muy interesada en conocerme más. Noto que mis historias, a pesar de mi voz de borracho ansioso, le gustan. La veo y en silencio pienso que hace apenas medio año, en la misma situación, ya hubiese actuado. Ella, sin razón, se ha alterado un poco porque una chica—a la que juro que no conozco y es solo una lectora de mi blog literario—está insistiendo en preguntarme si voy a ir a un concierto al que nunca pensé asistir. La casi desconocida me reitera que ya está ahí. Me importa un carajo, acabo de pensar.  

—Dame para escribirle que no te joda—dijo ella.   

Me sorprendí mucho de esa actitud. Sara igual. Ahora se han ido al baño juntas y yo, por fin, puedo salir a fumar. Al volver, ella me ha recriminado haber abandonado la mesa. Le dije que salí unos minutos a fumar. Hubiese querido acompañarte y fumar juntos, me dijo ya más calmada.

Minutos después, Sara parte al baño e inmediatamente ella me pregunta si su amiga me gusta. Le digo que no. No la dejo de mirar y noto un cierto alivio. A ella sí, como ya te diste cuenta, me acaba de decir. No le he respondido.

Quinto Chilcano.

A ella, los tragos la andan precipitando a decir muchas verdades espontáneas. Me ha pedido ya dos veces, ante la atenta mirada de Sara, que huela su cuello; al tiempo que asegura que su perfume—entremezclado con su bronceada piel—despide un exquisito olor. Lo hice pero muy incómodo y he alucinado que olía a nosotros desnudos mientras bebíamos, fumábamos después de hacerlo desenfrenadamente.       

Ahora Sara se ha ido, otra vez, al baño y nos hemos quedado ella y yo ebrios de alcohol, recuerdos y un gusto que no ha querido irse. Nos hemos mirado con miedo de nosotros mismos. No he tomado la iniciativa. No lo siento justo para mis circunstancias actuales y mucho menos para ella que tiene muchos planes con su chico. Nos hemos casi olido mientras nos hablábamos muy cerca. Igual sabemos que nadie va a mover medio pie para que algo suceda. A este punto, siento que, efectivamente, nos tenemos un lindoy muy excitantepavor. Y que ella preferiría que bese y me quede para siempre con Sara y que, por fin, pueda tener una razón para no pensarme. Siento, además, que prefiero seguir como estoy, ya sin buscar agradarle a nadie. Luego, en medio de un rapto de lucidez, me ha pedido que le averigüe la dirección y teléfono de mi psicoanalista porque le preocupa no saber manejar algunas situaciones. 

El momento tenso se ha instalado.

Nos veo e intuyo lo que podemos estar pensando los tres: Sara piensa que fue buenísima idea la de acompañar a su intelectual amiga a una de esos eventos a los que creyó tan aburridos, Ella, por su parte, piensa que soy una deuda pendiente, me escucha y destruye mentalmente a su chico; cree (erróneamente) que es lo mejor del mundo salir con un escritor y yo estoy pensando en lo lindo que es ser consecuente sin esfuerzo.

Ella ha aplicado a unos estudios de narrativa avanzada y, como todo indicaría que yo podría correr la misma suerte, me ha pedido que estudie la posibilidad de tentar ingresar. No lo pienso hacer. Sara, la amiga, me ha mandado la solicitud  de amistad por Facebook. He visto sus fotos, pero no la he aceptado.

No cometas el crimen varón si no vas a cumplir la condena, reza la letra de mi canción preferida.