No cuentes conmigo


Tengo suficiente con parecer medio puta como para, además, ser fácil. Es lo que acaba de cruzar por mi mente.  También pienso que  me pasan demasiadas cosas.

Lo bueno, es que las escribo casi todas.

No uso skype. No me interesa usarlo. Aunque, ahora que lo pienso, hay una razón que en estos días parece tentarme: un ex, que vive afuera, insiste en que instale ese programa. Asegura, el muy fresco, que podríamos juguetear durante la madrugada. Pero no atraco. Igual, y seamos claras, el wi-fi no traslada sensaciones, roces y mucho menos fluidos. 

Ahora bien, mi reciente experiencia con el whatsapp es también extraña. Es bien directo todo ahí. ¿O solo son así conmigo? En fin, el punto es que algunos se valen de esa inmediatez para intentar activarme en todos los sentidos posibles. Entonces, el resultado es que mi archivo de fotos y vídeos es casi un sitio pornográfico de mediano presupuesto. Lo raro, es que con los chicos con los que he tenido algún tipo de intimidad casi no hablo por esa vía. En cambio, con los que recién conozco—como los del trabajo con quienes anda aún efervescente el tema de la tensión sexual—si hablo muchísimo por ahí y de puras huevadas nomás. Todos esperan la salida ganadora. No saben que tengo códigos y que jamas saldría con un compañero de trabajo. Jamás. Ni borracha y necesitada.

En ese caso: I touch myself, como la canción.  

Es que tampoco soy promiscua, ni hablar. 

Otra cosa: ninguna mujer me habla. Ni mis supuestas amigas. Me odian todas, carajo. E intuyo que se rompen la cabeza queriendo encontrar la razón del por qué me pasan esas cosas a mí y no a ellas. Estoy segura que piensan que no merezco mi suerte. Pobres huevonas. Si justamente están solas porque gastan tiempo tratando de explicarse que tiene otra (en este caso yo), en lugar de reparar en que tienen ellas de interesante.

El hombre es un mundo, claro. Pero no todo mi mundo, pues.     

La otra noche, me escribió “D” el gordito “cabeza de tapper” de la facultad. Era para invitarme a la presentación de un nuevo libro suyo. No lo veo siglos de siglos y apenas sé que vive en Europa. Y que es, digamos, un escritor respetado. En mi caso, y  si me esfuerzo en los recuerdos, lo tengo como un chico más bien limitado, terco y algo agresivo. No he leído ni media línea de lo que escribe. Igual sospecho que no me pierdo de mucho.

“El after party es nuestro, Zoé”— me dijo el muy pendejo por inbox de facebook

No iré, que se joda.  

El punto es que me pasa cada cosa. Ahora ha aparecido un chico raro, pero primero debo contar como lo conocí….  Hace algunos meses uno de mis ex’s me citó en un lindo restaurante para decirme “algo muy importante e impostergable” y entre muchos chilcanos dijo que partía a España a hacer una Maestría. Y muy mal, porque yo que pensaba que me citaba para decirme que me extrañaba y que vayamos a tirar como nunca antes.

Es que tampoco era uno más. Él se mantiene como la única foto en pareja que figura en mi Facebook. Estuve muy enamorada de él, ni negarlo.   

Entre molesta e incómoda tuve que aceptar que igual ya estábamos ahí. Cambié de cara  y hasta un tibio beso nos dimos mientras celebrábamos. En eso, dijo que solo nos enteraríamos su mejor amigo y yo de su viaje. Agregando que el individuo estaba llegando al lugar a darnos el encuentro. Y confieso que lo odié tanto sin aún conocerlo, pues yo me hacía encima de mi ex cabalgándolo en algún cercano hotel. 

Pasados unos minutos, el chico llegó, bebimos muchísimo y todo bien. Él, tan guapo y culto terminó opacando a mi ex. Tanto que se convirtió en el centro de mi atención y mis crecientes deseos, ya poco furtivos a causa del alcohol. Y se dio cuenta, creo. Por eso, es que muy amable se ofreció a llevarme de vuelta a casa. En ese segundo, la cara de mi ex lo dijo todo, pero igual me fui con el amigo. Quien en la puerta de casa, al despedirse, amagó besarme. Lo que con mucha cautela y elegancia evité que ocurriera. Pretexté, para disculparlo, cada uno de sus zarpazos entendiendo nuestro lastimoso estado.

El punto es que todo debió quedar ahí, así parecía al menos. Pero no. Mi ex llegó a su alejado destino y pienso que, de lo molesto que estaba, solo me comunicó su normal arribo a Europa. Nunca me habló más. Del amigo no supe nada en dos semanas. Pero confieso que me acordé de él y de ese grueso—y excitante—bulto que se formaba ahí cuando estaba sentado manejando.     

De pronto, una noche timbró el celular como a las tres de la mañana de un martes cualquiera. Era él. Medio dormida—o dormida y medio—lo pude oír pidiéndome consejos sobre un tema laboral que ni entendí bien. Lo que dije, estoy segura, fue para salir del paso y nada más.   

Ya a la mañana siguiente vi su solicitud de amistad en facebook y varios mensajes suyos en whatsapp. Pasaron días y, como quien no quiere la cosa, ya no éramos extraños: yo le decía “cariño” y el “queridita”. En eso, salí de viaje por trabajo y no tuve tiempo de contactarlo durante esos días; ya a mi vuelta dijo haberme extrañado. No supe que decir ante eso, la verdad.

Yo no extraño a nadie. Extraño momentos, eso sí. Personas casi nunca.

Extraño olores. 

O escribir, por ejemplo. Eso sí.    
   
El punto es que cada experiencia me lleva a que amo escribir y creo que esto se da, entre otras tantas razones, porque me permite no estar rodeada de nadie y solo conmigo misma.

¿Disfrutarme, se entiende?

Fumarme un pucho con mis adentros. Hurgar en mis laberintos y perderme en ellos si me da la gana. Intentar, una vez más, entenderme y cagarme de risa cuando no lo consigo.

Otra cosa, detesto hablar por teléfono. Todos se quejan que cuando me llaman al minuto ya les estoy colgando. Es raro porque puedo oír, como ahora que escribo, miles de veces la misma canción, pero veo tan insufrible comunicarme por teléfono.    

Por eso, y volviendo al chico este, cuando él cree que es muy impersonal escribirme por whatsapp y prefiere llamarme yo lo siento como una sentencia de muerte. No lo soporto y lo nota. Hoy me lo ha dicho.

— Cuando te llamo, parece que se acaba la magia y no tenemos nada que hablar. Me jode porque me pareces una chica estupenda, hace tiempo que no me interesaba tanto alguien—me dijo.
— Hablar en horas de trabajo nunca va a ser lo ideal—le dije.
— Debe ser eso, ¿te llamo después ya?

Y mentí. Porque no solo no me gusta hablar por teléfono, sino que no me gusta que me obliguen a lo que no quiero hacer. Él me parece una chico espléndido y solo le podría objetar que es algo intenso a veces. Quiere salir seguido. Yo no. Esa idea, en todos los casos, siempre tiene que partir de mí.  Nunca al vesre.  Y no es que me sienta tan importante, ah. Ni hablar. Para desechar esa idea debería decir que el chico que me gusta me ha dejado desairada ya tres veces esta semana.

Esperen, está llamando el denso. Voy a inventar algo para colgar pronto.