También solías ser (mi muchachita punk)

¿Quién se fía de lo que dice una chica que no tiene espacio sin cortes en su muñeca?–se preguntó Diego más de una vez. E iluso creyó que nunca más la volvería a ver. 

Esa noche estaban ambos parados en la puerta de un bar fumando, riendo y aparentando ser una pareja más de aquellas indecisas entre si entrar o no al lugar. Ella, le hablaba tan de cerca que rozaba sus labios tras cada palabra. Él, parecía  haber olvidado el amargo reproche que se hizo cuando esa mañana terminó por acceder a encontrarse con ella.  

–Dieguín, estás de suerte…. hoy, por la noche, nos veremos—le dijo ella con voz de tenerlo todo controlado.
–¡Vete a la mierda, huevona!—respondió Diego entre alterado y nervioso.  

Cuando terminó esa aparatosa charla y después de acceder a verla Diego llegó a la conclusión que todos sus amigos tenían razón: ella tenía todavía un gran poder sobre él. Pero, sobre todo, que era inútil luchar contra eso. Que lo que no había podido hacer en su momento ya no iba a lograrlo después de tanto tiempo.

En el 2,014, después de terminar la relación con Abril, él había quedado muy maltrecho. Esto hasta una noche que comprendió que ya nada podía hacer al respecto. Que si ella se había casado y embarazado tan pronto, era que el luto le importaba un carajo. Desde ahí, comenzó a salir solo y encontrarse con amigos en los bares que solía frecuentar. Llegaba, se sentaba en la barra, pedía dos cervezas, fijaba la mirada en el espejo y se reprochaba cosas internamente. Después saludaba gente, entablaba alguna que otra corta conversación y se dirigía a la zona de fumadores. Todo esto, siempre con su teléfono celular como único compañero constante de ruta. Complicidad que se exteriorizaba, también, cuando parecía usarlo como un arma de defensa en el momento que no deseaba conversar con alguien.

Una de esas noches, llegó cansado al bar recién salido del trabajo (por su profesión de comunicador había filmado esa madrugada el comercial de una conocida marca de cerveza) y con  muchas ganas de nada. Se sentó, bromeó un poco con el gordo con pinta de skater master de la barra, pidió las dos cervezas de siempre y revisó el celular. Primero, chequeó–como cada diez minutos de cualquier día–el perfil de Facebook de Abril. Como siempre no encontró nada nuevo e igual se volvió a sentir mal de seguir haciéndolo. En eso, sonaron fuerte por los parlantes los primeros acordes de “The kkk took my baby away” de Ramones. Lo que sintió raro, debido a que esa canción nunca sonaba en ese lugar. La disfrutó a morir, tanto que hasta se animó a simular “poguear” empujándose con otros hombrecitos ebrios.

—Viene hoy Dee Dee Ramone, por eso están poniendo temas de Ramones—le dijo una chica ubicada a su lado en la barra al verlo disfrutar tanto de los temas.
—No jodas, ¿es en serio? —dijo en medio de una oleada de emoción que no anidaba hacía meses.
—Sí, pero no lo comentes. En minutos llega el capo. Lo quiero conocer y me lo quiero tirar–respondió coquetamente la chica que lucía estratégicamente ataviada de un cortísimo polo de la banda.
– ¿Podrá todavía? –preguntó Diego riéndose, mientras se alejaba a fumar.  

De pronto, el nítido sonido de una muchedumbre le advirtió que Dee Dee había llegado. Se puso los audífonos y habiendo ya cuadrado una canción de Ramones salió a darle el encuentro. Lo vio, se emocionó– por estar viendo al bajista y cofundador de su primera banda favorita de punk—e inmediatamente reparó en el rostro del músico y para sus adentros lo comparó con la textura de algún ultrajado coco de cualquier isla inhóspita. En eso, decidió que publicar una foto en Facebook bebiendo con Dee Dee conseguiría ubicarlo en un estado relajado e interesante ante sus amigos. Pero, claro, que Abril pueda ver esa foto fue su primer cometido. Lo hizo. En la toma, aparecían él y el músico absolutamente despreocupados por todo y cada uno con un vaso inmenso de cerveza en la mano. Tras eso, habló un poco en inglés con su ídolo y luego se alejó nuevamente a fumar ante el tumulto que se había formado.  

Lluvia de “me gusta”. Muchas de sus amistades, en su mayoría melómanos, celebraron su foto con su ídolo. Le comentaron de todo. Él fumaba y bebía revisando su muro hasta dar con un comentario cuya remitente no recordaba quien era.  Entró a su perfil y antes de ver su foto notó que tenían muchos amigos en común.         
  
 ¿Quién carajo es Mabel? –pensó preguntándose. 

Bebía del vaso a pequeños sorbos mientras releía su comentario: “Estoy también aquí con polo de Ramones, ¿dónde estás tú? No la conocía de nada. Diego, entonces, seguía dudando y por eso se dirigió otra vez a la publicación a efectos de ver quien de sus amigos comentaba en las publicaciones de la, hasta ahí, ignota Mabel.

–Negro, ¿podrías decirme quien es Mabel Gallardo?
–Ja, ja, ja. ¿No te acuerdas? Estás borracho, huevón. ¡Es la groupie, pues! La que salía con Renzo, el guitarrista famosito, a la que me hiciste agregar a Facebook para luego agregarla tú también.     
     
La recordó y entró a ver sus fotos. No lo pudo creer.  Era, púes, la chica de la barra. La del inesperado anuncio del arribo del integrante de Ramones al bar. Aquella que en ese preciso segundo estaba colgando en su muro una foto rozando los labios de Dee Dee.

Ah, carajo, es la groupie pendeja y rica, pensó.     

Diego demoró varios minutos hasta darle el encuentro. Constató que seguía en la barra e intentó torpemente que ella se diera cuenta de su presencia. Lo que vino, fue ambos hablando todo y brindando por las casualidades que les ofrecía el destino. Él fue todo lo amable y cortés que pudo. Pero, claro, hizo su mayor esfuerzo por no parecer tan ansioso. Ella, notando justamente su ansiedad, después de besarlo furiosamente por horas fue sincera y le dijo que al otro día debía olvidarse de todo. Que estaba enamorada de un famoso músico casado, pero que eso no importaba porque ella igual siempre lo iba a seguir. Agregando, además, que no deseaba ver seguido a alguien más.

Igual inevitablemente acabaron la noche igual a como amanecieron: ella encima de él cabalgándolo salvajemente. De ahí en más, ella solo aceptó verlo una sola vez en el transcurso de un año. Esa noche ocurrió lo mismo: música, alcohol y sexo cariñoso. Con la sola diferencia, que ella esa noche se dio cuenta que algo le atraía de Diego. Que no solo era que tuviese el dinero para pagar todas las cuentas de los bares donde aterrizaban. Y por eso, o debido a eso, esa sesión decidió dejarlo absolutamente exangüe, pero sumándole a la faena una recargada  cuota de amor. Luego pensó en no rechazarlo tanto y, tal vez, tratarlo mejor. Pero no. Ni tras muchas salidas el contexto mejoraría mucho. Por su lado, Diego siempre supo que podía llegar con ella a cualquier sitio, pero que lo más seguro era que no se vaya con ella. Y que verla yéndose del brazo de cualquier músico conocido era una escena que ya no tenía que joderle en demasía. En cuanto a Mabel, ella parecía estar segura que sentía algo muy fuerte por Diego, pero que más le gustaba la vida de excesos que llevaba. O, la sumo, perseguía tener ambas cosas siempre consigo.

Sí, cosas. Diego no era músico.             
   
¿Quién se puede  fiar cuando una groupie te dice que te ama, pero que mereces una chica más normal y que, preferiblemente, no se corte? –se repreguntó Diego esa noche mientras salía a fumar.

Entonces, Diego pensó que quizás con ella todo debía ser como un tema de Ramones: rápido y corto.